Esperanza Tapasco: Fue la búsqueda de su hijo lo que la abrigó, ahora es un latido de memoria que abraza el territorio.
Su nombre se tejía en su mirada. Cuando hablaba, todos teníamos que hacer un esfuerzo especial, escuchar con la mirada, seguir su voz suave y pausada llena de nostalgia y de fuerza. Siempre le escuché una palabra de tenacidad. Esperanza era una de esas mujeres que no se detiene ante nada. Reconocerse como una mujer indígena era para ella, sobre todo, una pertenencia comunitaria: participar de las dinámicas políticas y organizativas del territorio que tanto defendió.
Uno de los episodios más devastadores para el territorio de Cañamomo Lomaprieta en Riosucio, Caldas, fue la masacre de la Rueda, un hecho que trajo dolor y múltiples afectaciones para la comunidad. En ese contexto, Esperanza Tapasco y su familia vivieron la violencia, la zozobra y la estigmatización que se recuerda con mayor fuerza en el territorio de Cañamomo. A partir de ese momento, la vida de Esperanza, acostumbrada a los embates de las luchas cotidianas (tan poco reconocidas en las mujeres), tomó un rumbo diferente. El silencio no fue una opción y la denuncia se convirtió en el bálsamo para intentar hallar verdad, justicia, reparación y no repetición. Después de montañas recorridas y esfuerzos colectivos, la violencia volvió con rostro de hijo desaparecido; sí, en el territorio la violencia no cesó, se instaló y fue generando muchos otros hechos.
Leonardo Flórez Tapasco desapareció en el año 2003. Desde ese momento, la búsqueda fue el camino para Esperanza, su familia y la organización. En Colombia, la desaparición es un drama profundo. Son aproximadamente 121,000 las personas desaparecidas de manera forzada en 31 años de conflicto armado (reconociendo unos altos subregistros).
Fueron años de luchas, incertidumbre, espera y lágrimas los que enfrentaron las víctimas del territorio, Esperanza y su familia. La desaparición es uno de esos hechos que pone en pausa la vida. Es una espera prolongada en la que se detienen muchas cosas. En palabras de algunas víctimas «se va yendo la vida entre agotadoras jornadas».
En el 2021, Esperanza murió. Sus hijos y la comunidad la rodearon y despidieron entre lágrimas y sembraron un árbol en su honor como una bella manera de retornar a la tierra que tanto caminó. Después de 20 años de coraje en la búsqueda, de enseñarnos cómo se vive con ese vacío, los restos de Leonardo fueron hallados en el cementerio el Carmen de Riosucio y entregados dignamente por la JEP a los familiares y a la comunidad. Un hecho profundamente relevante para una región que se impuso el silencio y que negó por décadas la existencia de un conflicto con profundas raíces históricas. Un hecho que ratifica la necesidad de instaurar un plan de búsqueda en la región con perspectiva étnica y de género que dignifique a las víctimas.
Las colchas tejidas, las letras en la pancarta, las manos en la minga, los documentos cargados en la mochila, la fuerza de sus hijas y un legado de amor por el territorio hoy se funden entre madre e hijo. Ojalá y de manera definitiva sean una señal en el camino hacia la no repetición.
Gracias a Esperanza quien nos enseñó a escuchar con la mirada. Este quizá sea un paso para cambiar el olvido por la memoria y la palabra.
Esperanza Tapasco… presente, presente, presente. Resuenan las voces de guardias, comuneros, comuneras y autoridades en el cementerio.